Elogio del artificio
Un escaparate de la plaza del Callao
Siete
Inmerso en mi monstruosidad, no sé si estimo o no el artificio. Dado mi afán de ficción, en la que todo lo es, cabría pensar que sí. Pero a veces lo he negado para denostar ciertas obras. Empiezo a comprender que lo hice por antipatía hacia sus autores. Es una necedad criticar la creación cinematográfica o literaria por artificiosa.
Y cuando hablaba de fotos, de instantáneas puras, además de ignorar que la fotografía, desde los primeros daguerrotipos, es una de las manifestaciones artísticas más dadas a la manipulación, no había descubierto las posibilidades de famoso Photoshop.
Todo parece indicar que sí, que me complace la artimaña. No valoro especialmente la sinceridad, el último que me hizo una faena dijo hablarme con el corazón en la mano. Aborrezco a la gente sencilla, prefiero la comida industrial a la casera y, plenamente convencido de que la ciudad es el hábitat natural del ser humano, quiero que Madrid llegue hasta El Tirol.
Pienso en el artificio al evocar el magnetismo que han ejercido sobre mí desde siempre los maniquíes, presos en sus escaparates, esas vitrinas de ese paisaje urbano que ha sido el mío desde que abrí los ojos.
Publicado el 25 de junio de 2010 a las 21:45.